No hay ninguna duda de que la comida y el estrés están relacionados. Y no es solo que cuando estás estresado comes más o muy poco, sino que tiendes a ingerir los alimentos equivocados y pueden estresarte aún más.
Nuestro cuerpo utiliza los nutrientes de los alimentos para crear los mensajeros químicos que mantienen el sistema funcionando correctamente. La buena noticia es que hay alimentos que nos proporcionan la energía que necesitamos y permiten que nuestro organismo funcione de forma óptima, pero la mala es que los alimentos bajos en nutrientes y altos en calorías aumentan el estrés porque el cuerpo no obtiene lo que necesita para funcionar sin problemas. Además, pueden contener sustancias que nuestro organismo debe gestionar, con lo que suponen un doble reto. Si deseas reducir los niveles de estrés y disminuir el riesgo de enfermedades, debes evitar los alimentos que os contamos a continuación.
Azúcares añadidos y carbohidratos refinados
En los países occidentales, el azúcar suele representar hasta el 15% de la ingesta diaria de energía, con los problemas para la salud que ello comporta.
En este grupo encontramos las galletas, los pasteles y las bebidas azucaradas, y también alimentos como el pan blanco y la pasta, que causan estrés porque conducen a aumentos rápidos de los niveles de azúcar en sangre.
Ser conscientes de la cantidad de azúcar que consumimos cada día es el primer paso porque los altibajos de los niveles de azúcar tienen un efecto dominó en otras hormonas del cuerpo y pueden provocar un aumento del cortisol, que es la principal hormona del estrés. Por ello, lo más recomendable es evitar los alimentos y bebidas con grandes cantidades de azúcares simples, y escoger alimentos con un índice glucémico bajo, como la mayoría de las frutas, verduras y cereales de granos enteros.
La cafeína
La cafeína afecta el estrés de dos maneras: puede provocar una sobre estimulación de la respuesta natural al estrés de nuestro cuerpo y puede interrumpir el sueño. Si bebes bebidas con cafeína, como el café, intenta hacerlo en pequeñas cantidades lo más temprano posible en el día.
La Organización Mundial de la Salud (@OMS_es) recomienda una cantidad máxima de 200 miligramos diarios de cafeína para un adulto. Como guía debemos considerar que una taza mediana tiene 95 mg de cafeína y una taza pequeña de café elaborado en casa podría proporcionar 50 mg. A los que pueden sumarse otras fuentes de cafeína, como el té, los refrescos, las bebidas energéticas, el chocolate y algunos medicamentos.
Muchas personas beben más de 4 tazas diarias sin ningún problema, porque la tolerancia a la cafeína es diferente para cada uno. Pero otras personas pueden experimentar síntomas mentales y físicos, que incluyen inquietud, mareos, malestar estomacal, irritabilidad y temblores. Además, debemos tener en cuenta que muchas personas no toman sus cafés solos, sino que los acompañan de cremas y azúcares que pueden marcar la diferencia.
Los alimentos fritos
Las comidas rápidas u otros alimentos ricos en grasas trans afectan indirectamente el estrés porque causan inflamación. Son diversos los estudios que confirman que comer alimentos fritos cuatro o más veces por semana está relacionado con un mayor riesgo de diabetes tipo 2, insuficiencia cardíaca, obesidad y hipertensión, todos ellos factores de riesgo importantes para las enfermedades del corazón. Es probable que esto se deba a que los alimentos a menudo se fríen en aceites ricos en ácidos grasos saturados y aceites parcialmente hidrogenados, los cuales pueden obstruir las arterias.
Las grasas trans están presentes en muchos más productos de los que pensamos y en menor proporción en la carne, la leche entera y la mantequilla.
Podemos encontrarlas en alimentos precocinados (pizzas, empanadillas, croquetas…), en la bollería industrial, en la comida rápida (hamburguesas…), o los snacks poco saludables (galletas saladas, patatas fritas…).
Algunas veces, incluso estamos consumiendo productos que las esconden, aunque no lo parezca, como es el caso de las barritas (la mayoría presentan un alto contenido en azúcares y grasas trans que las hacen más apetitosas). Para identificarlas debemos leer las etiquetas y asegurarnos que los productos no llevan grasas o aceites vegetales hidrogenados o parcialmente hidrogenados.
Un círculo vicioso
La verdad es que la relación entre el estrés y la comida acaba siendo un círculo vicioso: cuando estamos estresados, podemos comer mucho más o mucho menos de lo habitual, así como alimentos distintos o aumentar el consumo de alcohol o tabaco, lo que nos provocaría un mayor estrés y también problemas digestivos como la acidez o el reflujo ácido. La angustia también puede hacer que traguemos más aire al comer, lo que aumenta los eructos, gases e hinchazón del estómago. Además, el estrés está asociado con cambios en las bacterias intestinales que, a su vez, pueden influir en el estado de ánimo.
Las claves de una mejor digestión también residen en un estilo de vida saludable.