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Ricard Borràs: «El teatro es como un veneno que cuando te pica estás perdido»

Licenciado en Interpretación por el Institut del Teatre de Barcelona, Ricard Borràs cuenta con una amplia trayectoria como actor de cine, teatro y televisión. A sus 67 años, ha participado en más de sesenta producciones teatrales, ha intervenido en más de 30 películas y en numerosas series de televisión también europeas. El 31 de agosto estrena la obra Cat Falling, una producción familiar que protagoniza con su hija Aina Borràs y de la que también es director. Cat Falling (alias Katfollin) es una comedia intergeneracional que retrata con humor una curiosa relación basada en la tolerancia. Eres protagonista y director de la obra.

-¿Cómo surge la idea del proyecto?

La idea surge en un momento dado en el que tenía ganas de hacer comedia, y como yo tengo amistad con Paco Mir (con quien habíamos estrenado juntos La cena de los idiotas hace unos 25 años), se lo comenté y él me recomendó Cat Falling, de Gerard Florejacs.

-Es una producción donde está implicada toda la familia, la música es de tu hijo, tu mujer es ayudante de dirección y productora, y tú la protagonizas con tu hija. ¿Cómo está siendo trabajar en familia?

Lo decimos abiertamente: es una producción familiar. Algo que, tradicionalmente, en el teatro español se ha dado mucho, por ejemplo, con la familia Guillén-Cuervo, los Larrañaga… y aquí, en Cataluña, Mario Gas monta obras con su familia, así como Tortell Poltrona, Quimet Pla…El caso es que mi hija es la niña de mis ojos, y acabó hace unos años sus estudios de arte dramático en la escuela de Cristina Rota, en Madrid. De modo que le dije que era el momento de empezar a trabajar. Con esta comedia hacemos su presentación como actriz cómica, porque tiene vis cómica, y yo encantado de trabajar con ella. Hay que decir que la ilusión que un padre tiene de trabajar con una hija no es la que tiene la hija de trabajar con el padre, por lo que hay mucha generosidad por su parte.

-Entonces en casa todos tenéis una vena artística…

Sí, todos. Aina es la segunda generación de actores, mi hijo es pianista y compositor. Pero es que mi mujer, Liza, es la sexta generación de una familia de artistas que se remonta a principios del siglo XIX. Con toda esa historia podríamos decir que no somos la típica familia.

-La obra plantea una cuestión que es si se puede ser amigo de alguien 45 años mayor o más joven. ¿Qué piensas?

Es difícil, sobre todo en la sociedad actual, que está estructurada en compartimentos estancos. Esa es la gracia de la obra, que nos da a entender que si conseguimos salir de ese círculo tenemos muchas cosas que decirnos entre generaciones. Pongo un ejemplo, los alquileres están carísimos para la gente joven, pero hay mucha gente mayor que vive sola en su casa. Si existiera un mayor contacto, sería posible una fórmula de convivencia. Ya existe, pero es muy minoritario.En el teatro, nosotros hacemos la promoción sénior-júnior, porque los júniors no van al teatro porque no tienen suficiente dinero, y los séniors porque no tienen con quién ir. De forma que, si se junta a una persona de más de 60 años con una de menos de 35, el sénior paga su entrada y el júnior solo 2 euros. Así conseguimos que exista un relevo generacional en el público que va al teatro.Algo que yo veo mucho en Francia, donde tienen unas cifras de asistencia al teatro muy interesantes, es que muchos abuelos acuden al teatro con sus nietos, y eso es lo que crea afición. La transmisión de conocimiento. Aquí ocurre con el fútbol o el Liceu, pero me gustaría verlo también en el teatro.

-¿Qué pensaste cuando tu hija te dijo que quería ser actriz?

Desde que era muy pequeña, Aina quería venir siempre a ver los espectáculos en los que yo participaba, como Romeo y Julieta, La cena de los idiotas… Venía cada día y se aprendía los diálogos. El escenario le fascina desde siempre. Me recuerda a las inquietudes que he tenido yo. El teatro es como un veneno que cuando te pica ya no hay marcha atrás. 

-Si repasamos tu historia, abandonaste Mallorca a los 14 años por motivos familiares. ¿Qué recuerdos tienes de esa época?

Mallorca para mí es el paraíso. Recuerdo la Mallorca antes del turismo, cuando Palma era como un pueblo grande. De repente, empezaron a aparecer caras nuevas, la mayoría extranjeras, y cambió la fisonomía de la isla. Pero la Mallorca de mi infancia es la que llevo en mi corazón.

-¿Cómo descubres tu vocación por la interpretación?

Ya vivía en Barcelona, y estaba estudiando COU, cuando un profesor de los jesuitas de Sarrià me dijo que si quería subir un punto la nota final de literatura debía apuntarme a un seminario de teatro. Empecé a ensayar y en la representación de fin de curso fui uno de los grandes triunfadores junto a otro compañero de curso que era Juanjo Puigcorbé. Ambos nos preguntábamos cómo podíamos seguir con el teatro. Nuestras familias se llevaron las manos a la cabeza con la idea de ser actores. Pero nos matriculamos juntos en el Institut del Teatre. Han pasado 50 años y puedo decir que esa decisión fue de las más importantes y satisfactorias de mi vida.

-Después de toda una vida en la profesión, ¿cuáles son tus mejores recuerdos?

Los mejores recuerdos son siempre los del escenario. De ese papel que te ha costado tanto y al final lo has sacado y la crítica te lo ha reconocido… de las giras por Sudamérica, de conocer España muy bien con las más de 12 giras que he hecho, de vivir en Madrid, en Bilbao, en Valencia… Son experiencias que te van enriqueciendo. Así como trabajar con 70 directores de diferentes países (alemanes, americanos, franceses…).

-¿Y la parte más difícil?

La parte más dura es todo lo que está fuera del teatro, pero influye sobre él. Es decir, influencias políticas, económicas, de medios de comunicación… que de algún modo pervierten y quieren controlar la relación del actor con el espectador. Una relación que debe ser hic et nunc, es decir, aquí y ahora. 

-¿Qué tipo de personaje es el que más te seduce?

Tengo facilidad para hacer comedia, pero muchas veces hay personajes que me entran por los ojos, sobre todo desde que hace unos 15 años decidí producir las obras que quiero realizar. Debo decir que soy muy ecléctico y no tengo una preferencia especial, sino que hay cosas que quiero hacer y no sé por qué, no puedo explicarlo. Por ejemplo, fui a París a ver la obra Les mots et les choses, escrita por Jean-Claude Carrière. Pensé que quería hacerla, y a partir de ahí conocí a Carrière, trabajé con él e incluso tuve una amistad. Esto para mí no tiene precio, es un regalo de la profesión.

-Más de 60 obras de teatro, una treintena de películas, numerosas series en cadenas nacionales y francesas e inglesas… ¿Qué formato te gusta más?

El teatro es el formato en el que el hic et nunc es en vivo y en directo. Pero también me siento muy a gusto con televisión cuando hago una telenovela larga. Por un lado, te ayuda económicamente porque te da seguridad una buena temporada, pero también es muy atractivo el ritmo de trabajo frenético que se establece de estudiar-grabar, estudiar-grabar… Si lo aguantas, es muy interesante.

-¿Algún sueño por cumplir?

Sí, uno: que mi hija sea una actriz reconocida y pueda vivir de la profesión como he hecho yo. He sido un privilegiado porque durante 50 años he podido vivir de mi trabajo. Conozco los números de la profesión y sé que el 80% de los actores y actrices solo ganan 3.000 euros al año. Solo un 2% logra ganar más de 30.000 euros al año. Me gustaría que la gente joven tuviera las condiciones para, al menos, vivir lo que hemos vivido en mi generación.

-¿Piensas en la jubilación o en seguir disfrutando de la profesión?

El teatro y la vida son lo mismo. Dejar de hacer teatro es dejar de vivir. ¿Qué significa jubilarse de actor? ¿No hay papeles para personas mayores? ¿La gente mayor no existe? Cuando tienes una edad el cuerpo no te sigue igual, pero las ganas de hacer y crear siguen y la mayoría de mis compañeros piensan como yo.

Ricard Borràs: «El teatro es como un veneno que cuando te pica estás perdido»

Licenciado en Interpretación por el Institut del Teatre de Barcelona, Ricard Borràs cuenta con una amplia trayectoria como actor de cine, teatro y televisión. A sus 67 años, ha participado en más de sesenta producciones teatrales, ha intervenido en más de 30 películas y en numerosas series de televisión también europeas. El 31 de agosto estrena la obra Cat Falling, una producción familiar que protagoniza con su hija Aina Borràs y de la que también es director. Cat Falling (alias Katfollin) es una comedia intergeneracional que retrata con humor una curiosa relación basada en la tolerancia. Eres protagonista y director de la obra.

-¿Cómo surge la idea del proyecto?

La idea surge en un momento dado en el que tenía ganas de hacer comedia, y como yo tengo amistad con Paco Mir (con quien habíamos estrenado juntos La cena de los idiotas hace unos 25 años), se lo comenté y él me recomendó Cat Falling, de Gerard Florejacs.

-Es una producción donde está implicada toda la familia, la música es de tu hijo, tu mujer es ayudante de dirección y productora, y tú la protagonizas con tu hija. ¿Cómo está siendo trabajar en familia?

Lo decimos abiertamente: es una producción familiar. Algo que, tradicionalmente, en el teatro español se ha dado mucho, por ejemplo, con la familia Guillén-Cuervo, los Larrañaga… y aquí, en Cataluña, Mario Gas monta obras con su familia, así como Tortell Poltrona, Quimet Pla…El caso es que mi hija es la niña de mis ojos, y acabó hace unos años sus estudios de arte dramático en la escuela de Cristina Rota, en Madrid. De modo que le dije que era el momento de empezar a trabajar. Con esta comedia hacemos su presentación como actriz cómica, porque tiene vis cómica, y yo encantado de trabajar con ella. Hay que decir que la ilusión que un padre tiene de trabajar con una hija no es la que tiene la hija de trabajar con el padre, por lo que hay mucha generosidad por su parte.

-Entonces en casa todos tenéis una vena artística…

Sí, todos. Aina es la segunda generación de actores, mi hijo es pianista y compositor. Pero es que mi mujer, Liza, es la sexta generación de una familia de artistas que se remonta a principios del siglo XIX. Con toda esa historia podríamos decir que no somos la típica familia.

-La obra plantea una cuestión que es si se puede ser amigo de alguien 45 años mayor o más joven. ¿Qué piensas?

Es difícil, sobre todo en la sociedad actual, que está estructurada en compartimentos estancos. Esa es la gracia de la obra, que nos da a entender que si conseguimos salir de ese círculo tenemos muchas cosas que decirnos entre generaciones. Pongo un ejemplo, los alquileres están carísimos para la gente joven, pero hay mucha gente mayor que vive sola en su casa. Si existiera un mayor contacto, sería posible una fórmula de convivencia. Ya existe, pero es muy minoritario.En el teatro, nosotros hacemos la promoción sénior-júnior, porque los júniors no van al teatro porque no tienen suficiente dinero, y los séniors porque no tienen con quién ir. De forma que, si se junta a una persona de más de 60 años con una de menos de 35, el sénior paga su entrada y el júnior solo 2 euros. Así conseguimos que exista un relevo generacional en el público que va al teatro.Algo que yo veo mucho en Francia, donde tienen unas cifras de asistencia al teatro muy interesantes, es que muchos abuelos acuden al teatro con sus nietos, y eso es lo que crea afición. La transmisión de conocimiento. Aquí ocurre con el fútbol o el Liceu, pero me gustaría verlo también en el teatro.

-¿Qué pensaste cuando tu hija te dijo que quería ser actriz?

Desde que era muy pequeña, Aina quería venir siempre a ver los espectáculos en los que yo participaba, como Romeo y Julieta, La cena de los idiotas… Venía cada día y se aprendía los diálogos. El escenario le fascina desde siempre. Me recuerda a las inquietudes que he tenido yo. El teatro es como un veneno que cuando te pica ya no hay marcha atrás. 

-Si repasamos tu historia, abandonaste Mallorca a los 14 años por motivos familiares. ¿Qué recuerdos tienes de esa época?

Mallorca para mí es el paraíso. Recuerdo la Mallorca antes del turismo, cuando Palma era como un pueblo grande. De repente, empezaron a aparecer caras nuevas, la mayoría extranjeras, y cambió la fisonomía de la isla. Pero la Mallorca de mi infancia es la que llevo en mi corazón.

-¿Cómo descubres tu vocación por la interpretación?

Ya vivía en Barcelona, y estaba estudiando COU, cuando un profesor de los jesuitas de Sarrià me dijo que si quería subir un punto la nota final de literatura debía apuntarme a un seminario de teatro. Empecé a ensayar y en la representación de fin de curso fui uno de los grandes triunfadores junto a otro compañero de curso que era Juanjo Puigcorbé. Ambos nos preguntábamos cómo podíamos seguir con el teatro. Nuestras familias se llevaron las manos a la cabeza con la idea de ser actores. Pero nos matriculamos juntos en el Institut del Teatre. Han pasado 50 años y puedo decir que esa decisión fue de las más importantes y satisfactorias de mi vida.

-Después de toda una vida en la profesión, ¿cuáles son tus mejores recuerdos?

Los mejores recuerdos son siempre los del escenario. De ese papel que te ha costado tanto y al final lo has sacado y la crítica te lo ha reconocido… de las giras por Sudamérica, de conocer España muy bien con las más de 12 giras que he hecho, de vivir en Madrid, en Bilbao, en Valencia… Son experiencias que te van enriqueciendo. Así como trabajar con 70 directores de diferentes países (alemanes, americanos, franceses…).

-¿Y la parte más difícil?

La parte más dura es todo lo que está fuera del teatro, pero influye sobre él. Es decir, influencias políticas, económicas, de medios de comunicación… que de algún modo pervierten y quieren controlar la relación del actor con el espectador. Una relación que debe ser hic et nunc, es decir, aquí y ahora. 

-¿Qué tipo de personaje es el que más te seduce?

Tengo facilidad para hacer comedia, pero muchas veces hay personajes que me entran por los ojos, sobre todo desde que hace unos 15 años decidí producir las obras que quiero realizar. Debo decir que soy muy ecléctico y no tengo una preferencia especial, sino que hay cosas que quiero hacer y no sé por qué, no puedo explicarlo. Por ejemplo, fui a París a ver la obra Les mots et les choses, escrita por Jean-Claude Carrière. Pensé que quería hacerla, y a partir de ahí conocí a Carrière, trabajé con él e incluso tuve una amistad. Esto para mí no tiene precio, es un regalo de la profesión.

-Más de 60 obras de teatro, una treintena de películas, numerosas series en cadenas nacionales y francesas e inglesas… ¿Qué formato te gusta más?

El teatro es el formato en el que el hic et nunc es en vivo y en directo. Pero también me siento muy a gusto con televisión cuando hago una telenovela larga. Por un lado, te ayuda económicamente porque te da seguridad una buena temporada, pero también es muy atractivo el ritmo de trabajo frenético que se establece de estudiar-grabar, estudiar-grabar… Si lo aguantas, es muy interesante.

-¿Algún sueño por cumplir?

Sí, uno: que mi hija sea una actriz reconocida y pueda vivir de la profesión como he hecho yo. He sido un privilegiado porque durante 50 años he podido vivir de mi trabajo. Conozco los números de la profesión y sé que el 80% de los actores y actrices solo ganan 3.000 euros al año. Solo un 2% logra ganar más de 30.000 euros al año. Me gustaría que la gente joven tuviera las condiciones para, al menos, vivir lo que hemos vivido en mi generación.

-¿Piensas en la jubilación o en seguir disfrutando de la profesión?

El teatro y la vida son lo mismo. Dejar de hacer teatro es dejar de vivir. ¿Qué significa jubilarse de actor? ¿No hay papeles para personas mayores? ¿La gente mayor no existe? Cuando tienes una edad el cuerpo no te sigue igual, pero las ganas de hacer y crear siguen y la mayoría de mis compañeros piensan como yo.